miércoles, 23 de junio de 2010

Cuento: Un buey llamado Hermoso




En Takkasila, hace muchos siglos, nació un tierno becerro. Fue adquirido por Amir, un hombre rico, que lo llamó Hermoso. Lo atendía adecuadamente y lo alimentaba con lo mejor.Cuando Hermoso se convirtió en un buey grande y potente, pensaba con gratitud: “Mi amo me dio todo. Me gustarÌa agradecer su ayuda”. Un dÌa le propuso:—Mi señor. Busque a algún ganadero orgulloso de sus animales. Dígale que puedo tirar de cien carros cargados al máximo.Amir aceptó y visitó a un mercader.—Mis bueyes son los más fuertes —comentó éste.—No. El mío puede tirar de cien carros cargados —respondió Amir.Apostaron mil monedas de oro y fijaron un día para la prueba.El mercader amarró cien carros llenos de arena para volverlos más pesados. Cuando comenzó la prueba, Amir se subió al primero.

No resistió el deseo de darse importancia ante quienes lo veían. Hizo sonar su látigo y le gritó a Hermoso:—Avanza, animal tonto.Hermoso pensó: “Nunca he hecho nada malo y mi amo me insulta”. Permaneció fijo en el lugar y se resistió a tirar.El mercader rió y pidió el pago de las monedas. Cuando volvieron a casa Hermoso le preguntó a Amir:—¿Por qué estás tan triste?—Perdí mucho dinero por ti.—Me diste con el látigo. Me llamaste tonto. Dime, en toda mi vida rompí algo?, ó te causé algún perjuicio? —preguntó Hermoso.—No —respondió el amo.
—Entonces ¿por qué me ofendiste? La culpa no es mía, sino tuya… Pero como me da pena verte asÌ, acude con el mercader y apuesta de nuevo: que sean dos mil monedas. Eso sí: usa conmigo sólo las palabras que merezco.El mercader aceptó pensando que volverÌa a ganar. Todo estuvo listo para la nueva prueba. Cuando Hermoso tenÌa que tirar de los carros, Amir le tocó la cabeza con una flor de loto y le pidió:—Hermoso, øpodrÌas hacerme el favor de jalar estos cien carros?Hermoso obedeció de inmediato y con gran facilidad los desplazó. Incrédulo, el mercader pagó las dos mil monedas de oro. Quienes presenciaron la sorprendente muestra de su fuerza llenaron al buey de mimos y obsequios. Pero más que el dinero, Amir apreció la lección de humildad y respeto que habÌa recibido.

Leyenda de Bután

Un Cuento: Micha y su abuelo



El abuelo, el mayor de la casa, era muy muy anciano. Sus piernas ya no soportaban su peso, sus ojos ya no podían ver, sus oídos no escuchaban y en su boca no quedaba un solo diente.

Su hijo y su nuera no le servían la comida en la mesa, sino al lado
de la estufa, para que no ensuciara. Una vez le pusieron la comida en un tazón. Cuando el viejecito quiso levantarlo, lo dejó caer sin querer, y el traste se rompió.

Todo se derramó sobre el piso. Muy disgustada, su nuera le reprochó que dañara los objetos de la casa y que rompiera así los trastes de su vajilla. Empleando un tono grosero, le dijo que a partir de ese día le servirían de comer en una cubeta de madera, como las que se usaban para dar su alimento a los animales.

El anciano suspiró hondamente pero no dio respuesta alguna a esas palabras que lo habían lastimado. Pasó algún tiempo desde esa ocasión. Un día estaban en la casa el hijo y la nuera del anciano.


Los dos esposos miraban con mucha atención al pequeño niño de ambos. El infante estaba en el suelo, jugando con unos bloques de madera. Los acomodaba de una manera y de otra, como si quisiera darle forma a un objeto en particular.

—¿Qué figuras est·s haciendo con esos pedazos de madera, hijo? —preguntó con curiosidad su padre.
—Estoy haciendo una cubeta de madera papá. De esa forma, cuando tú y mamá sean tan viejos como el abuelo podré usarla para servirles su comida —informó el pequeño Micha.

Sin decir palabra, el hombre y la mujer se pusieron a llorar. Sentían vergüenza de haber tratado al abuelo de aquella manera. Desde aquel día le sirvieron nuevamente la comida en la mesa, y lo cuidaron bien.